Egberto Tenorio tiene 42 años y no oculta nada, porque callar -dice- es sinónimo de egoísmo. Este comerciante de telas, que creció en la Garita de Lima jugando con trompos, cachinas y haciendo carritos con latas de sardina, recorrió el mundo con el objetivo de hacer buenos negocios.
En su tienda de la Max Paredes, la exhibición de una colección de telas multicolores con bordados diminutos llama la atención de los ojos de cualquier mujer que circula por el lugar.
Durante la conversación con Egberto, éste responde todo con lujo de detalles. Precisa fechas, personas, lugares, situaciones y cuenta cómo es el negocio de la importación de telas, tema del que sabe mucho.
Desde que tiene uso de razón vio a sus padres, Juan y María, comprando y vendiendo telas para hacer polleras y enaguas.
Llegamos al hotel, subimos al tercer piso del lugar. Un lobby con un ambiente fresco y acogedor, decorado con sobriedad, donde dominan los colores tierra, servirá de marco para la conversación. Se sienta en uno de los mullidos sillones oscuros y cruza las piernas. Su serenidad manda en el lugar.
"Hay que saber cuándo retirarse y el negocio de la importación de telas está saturado: hay más vendedores que compradores. Hace 15 años éramos 10 en este negocio, hoy son miles, así las utilidades se reducen”, afirma.
Actualmente se encuentra en una etapa de transición en su vida empresarial: de la importación de telas está migrando a la construcción, área en la que tiene en ejecución dos proyectos, uno en la zona Sur y otro en El Alto.
En la zona Sur implementa un complejo de piscinas ecológicas y en El Alto construye un parqueo para 200 vehículos. Después de concluir estos emprendimientos planea correr tras otros dos sueños: un parque acuático para la ciudad de La Paz, en la línea de Aqualand, y un parque infantil, anticipa, "lo más parecido a Disney World”.
Si bien no es constructor de profesión -se graduó como ingeniero electrónico-, acaba de iniciar una especialización en gerencia en construcción para encarar este nuevo reto. Egberto se define como alguien al que "le interesa lograr varias metas al día, pase lo que pase”.
Metas y ambiciones
"No puedo conformarme con una sola meta. Me guía la ambición, pero no sólo la ambición de tener dinero, sino la de avanzar más y más para alcanzar mis sueños y demostrar que se puede. Para eso claro que necesitas ayuda, yo la encontré en mi familia y en los bancos”, apunta.
"Creo que también me ayuda que soy optimista y que no soy renegón”, añade con una sonrisa.
Ese optimismo que le ayudó a alcanzar muchos logros también lo llevó a cometer errores, como aquel que significó el sobredimensionar la demanda que tenían sus telas en el mercado boliviano. "Hice un pedido exagerado. Me quedé con una cantidad tremenda de tela y tuve que pagar. Errores como ése pueden llevarte a la quiebra, pero me repuse”, recuerda.
Inmediatamente añade: "Alguna vez llegué a pensar que fue un error casarme tan joven (a los 23 años), pero cuando veía a mis hijas esa idea se me olvidaba”.
El hecho de haber formado una familia "tan joven” lo puso en una encrucijada: concentrarse en iniciar su negocio para mantener a su familia o no defraudar a su padre Juan Tenorio, el profesor de matemáticas y física que se convirtió en uno de los importadores de telas más reconocido de La Paz.
"Me sentía mal con él porque creía que lo había defraudado; él era profesor de matemáticas y física, había entrado a la Fuerza Naval y parecía que yo sería nada. Por eso estudié, pero lo hice para lograr el 51, pasar de curso y terminar la carrera, tener el título”, detalla.
Cuando se casó, en 1992, sus padres le dieron un dinero para que lo invirtiera en el anticrético de una tienda para que vendiera telas. Decidió dividir su tiempo entre ese negocio y sus estudios en la universidad, y a los cinco años terminó ingeniería electrónica.
"Me fue bien, mejor de lo que esperaba, por eso el día que defendí mi tesis es uno de los recuerdos que más me emociona. Mi padre estaba presente y en ese momento sentí su orgullo, supe que había cumplido como hijo, pero que también había hecho mucho por mí porque tenía una profesión que, además, me gustaba”, dice.
Fiel a su esfuerzo por dedicarse a su profesión, montó una empresa de cableado estructurado y durante dos años prestó servicios en esa área. Pero las utilidades que obtenía eran simbólicas, mucho menos de lo que generaban sus padres en el comercio.
"Yo vi el mundo del comercio y sabía que ahí había de verdad utilidades. Fue entonces que decidí aplicar el conocimiento con mi agilidad mental. Entonces, la mayoría de la gente que se dedicaba al comercio apenas había salido bachiller, hacía negocios casi al azar. En cambio yo ya no lo haría al azar, combinaría mi profesión con lo que creo que es mi esencia: el comercio”, cuenta el empresario.
Esa combinación significaba planificar, realizar estudios de mercado y cumplir los requisitos legales, como inscribirse a Impuestos, hacer trámites ante la Aduana y, sobre todo, conseguir financiamiento en los bancos.
"La idea era no ocultarse, como hacen muchos comerciantes, sin saber que así se limitan y se cierran las puertas”, afirma.
Así comenzó a construir su pequeño imperio, combinando el conocimiento que le dio la universidad, la agilidad mental heredada de su padre Juan; el olfato para los negocios de su abuelo Eulogio, peón de una hacienda que se convirtió en un comerciante de carne de cordero, y la intrepidez de su madre María, tal vez una de las primeras mujeres comerciantes bolivianas que llegó hasta Asia para importar telas.
Entre 1997 y 1998 se abocó por completo al negocio de sus padres: la venta de telas, oficio que lo llevó a conocer el mundo. Cuenta como anécdota que su primer viaje fue directamente a Corea del Sur. Nunca había salido de La Paz. Fue a ese país para reunirse con los proveedores de telas más importantes.
Después, viajar por el mundo fue cotidiano. Visitó Japón, China, Tailandia, India, Egipto, Emiratos Árabes, Estados Unidos, España, Inglaterra, Italia y Francia, y el volumen de sus importaciones lo posicionó como un empresario respetado por los proveedores.
"En 2005, cuando decidí importar desde Egipto, los dueños de la fábrica y representantes de Corea, Estados Unidos y de Egipto se juntaron sólo para reunirse conmigo para iniciar el negocio. Ahí sí que me sentí importante”, cuenta.
La reunión se hizo en uno de los hoteles más prestigiosos del mundo, el Marriot, ubicado en las afueras de Egipto. "Nos reunimos en el bar del lugar, estuvimos toda una tarde hablando de negocios”, recuerda.
Secreto del éxito
Pero, ¿qué le permitió lograr ese posicionamiento con empresarios extranjeros?
"Ser un hombre de palabra. Si tengo que perder 10.000 o 20.000 dólares, no importa, pero tengo que cumplir mi palabra. No le debo a ningún proveedor y eso repercute. Todos saben que la palabra de Egberto Tenorio vale más que una garantía o un cheque firmado”, expresa.
Ahora que decidió migrar de la importación de telas a la construcción, volverá a estudiar para desenvolverse con mayor seguridad, pese a que después de haber terminado su carrera universitaria había prometido que jamás pisaría un aula.
Y explica por qué: "entre el negocio, mi esposa y mis hijas, me costó tanto mi carrera que cuando terminé la universidad prometí nunca más estudiar, pero me inscribí en un diplomado de gerencia en construcción para poder desenvolverme y no pasar calores a la hora de pedir un determinado material y tomar decisiones”.
Egberto Tenorio está convencido de que las nuevas herramientas que adquirirá en la academia le permitirán alcanzar su nuevo sueño, el parque para La Paz, del cual pretende, como en el caso de las telas, hacer un exitoso emprendimiento que genere ganancias.
Si tengo que perder 10.000 o 20.000 dólares, no importa, pero tengo que cumplir mi palabra. No le debo a ningún proveedor. Todos saben que la palabra de Egberto Tenorio vale más que un cheque firmado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario