Hace mucho tiempo leí un interesante artículo de Iván Arias sobre el síndrome de Hubris, la sintomatología de grandeza que muchas personas sufren al llegar a puestos de poder. Este concepto se me quedó en la cabeza.
Últimamente comencé a leer al respecto y ahora me animo a comentarles, estimados lectores, un poco sobre ello. En ese sentido, lo que desarrollo a continuación no es un tratado en medicina neurológica ni nada mínimamente parecido, es más bien un resumen simple de algunos artículos interesantes que pude leer sobre este síndrome tan peculiar.
Por un lado, según el diccionario de Oxford sobre medicina, un síndrome es un grupo de síntomas que se presentan siempre juntos, o una condición caracterizada por un conjunto de sintomatologías asociadas.
Por ejemplo, usted habrá escuchado alguna vez sobre el Síndrome de Tourette, que hereda su nombre del médico que lo diagnosticó por primera vez en 1885, Georges Gilles de la Tourette, considerado un trastorno de tipo neurológico hereditario que hace que quienes lo sufren manifiesten tics y movimientos involuntarios y repetitivos. Otro síndrome que se volvió muy conocido es el de Asperger, un trastorno que se caracteriza por algunas deficiencias de tipo emocional; quienes lo sufren no son capaces de identificar los estados emocionales de otras personas. Un famoso representante de este tipo de síndromes es Sheldon Cooper, de la serie The Big Bang Theory, quien a pesar de ser considerado un genio, tener un coeficiente intelectual de 187, haber logrado dos doctorados y una maestría, y trabajar como físico teórico en el Instituto de Tecnología de California, no es capaz de identificar los efectos de sus acciones y palabras en las emociones de las personas que lo rodean.
Por otro lado, la palabra Hubris proviene del griego hibris, que puede traducirse como desmesura, excesivo orgullo y arrogancia. El Hubris ya fue divisado en la antigua Grecia para identificar a los héroes que, logrado el éxito y la victoria, comenzaban a creerse y comportarse como dioses. También se aludía así al vilipendio que mostraban muchos generales poderosos hacia el espacio personal ajeno, unido a la falta de control sobre sus propios impulsos, es decir, un sentimiento violento inspirado por las pasiones exageradas.
Es así que, como resultado de la unión de ambos conceptos, el síndrome de Hubris fue popularizado por dos libros: Hubris síndrome: anacquires personality disorder? A study of US Presidents and UK Prime Ministers over the last 100 years (2009) y In Sickness and in Power (2008), ambos escritos por el doctor en neurología David Anthony L. Owen, quien estudió medicina en la prestigiosa Universidad de Cambridge y era militante activo del Partido Laborista, llegando a ser ministro de Asuntos Exteriores de Inglaterra entre 1976 y 1979.
En sus libros, Owen analiza el comportamiento de varios líderes políticos y empresariales, y concluye que muchos de ellos pasan a tener puestos de mucho poder y comienzan a mostrar síntomas, desde una megalomanía instaurada hasta una paranoia acentuada. Según el estudioso, el Síndrome de Hubris muestra un conjunto de comportamientos que denotan a un ser que se cree único y especial, y es típico de quienes consiguen poder en ámbitos militares, empresariales, políticos, deportivos o en otra clase de actividades con autoridad sobre grupos de personas.
Entre los síntomas más importantes descritos por Owen están: una pérdida de contacto con la realidad, a menudo vinculada a un aislamiento paulatino y a la cercanía con pocos lugartenientes que conversan con el líder sólo sobre aquellos temas que a ellos les interesan que éste sepa: sus propias verdades, visiones e intereses. Esto coadyuva a que un líder se convierta en autosuficiente, orgulloso y con una propensión narcisista de excesiva confianza en su propio juicio, acompañada de un alto desprecio por los consejos o las críticas de los demás; con un enfoque personal exagerado, tendente a la omnipotencia.
Esos líderes muestran una tendencia exagerada a hablar de sí mismos en tercera persona, como "el Presidente”, "el Ministro” o "el CEO”, para mostrar al resto que son los únicos y que ellos son quienes tienen la palabra final.
Poseen una preocupación desmedida por su imagen, por cómo la gente los ve, cuánto lo respetan o quieren. De esa manera, tienen un modo mesiánico de comentar los asuntos corrientes y una tendencia a la exaltación.
Tienen además una identificación directa con su organización en el caso de los empresarios, o con el país en el caso de los políticos; hasta el extremo de que consideran que su propio punto de vista es el de toda la nación o de todos los empleados de la empresa y que sus propios intereses son los de todo el país o de la corporación.
Albergan la creencia de que antes de rendir cuentas al conjunto de sus colegas o a la sociedad civil de su país, a los únicos que deberán rendir explicaciones sobre sus decisiones y sus actos es a la Historia y a Dios; y finalmente, la idea inquebrantable de que en ambos juicios (ante la Historia y ante Dios) serán absueltos de sus penas y más bien premiados por lo que ha realizado.
Asimismo, tienden a privilegiar su amplia visión y objetivos más allá de sus mandatos, en detrimento de la entereza moral, las leyes, normas o los presupuestos asignados. Finalmente, muestran una incompetencia hubrística cuando las cosas van mal porque demasiada confianza en sí mismos, muchas veces conduce a los líderes a desatender los peligros y las trampas que se generan dentro de sus propias infraestructuras y equipos de colaboradores.
A manera de corolario, dejo la siguiente pregunta a los amables lectores: ¿Conocen o han conocido a alguien en sus vidas profesionales o personales que sufran de este síndrome? Estoy seguro de que sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario