La salida de la compañía minera canadiense Kinross de Ecuador es un caso aleccionador. Kinross, la quinta mayor productora de oro del mundo, dijo no a la pretensión del Gobierno de ese país de cobrar un 70% de las ganancias extraordinarias por la explotación de oro. Ni siquiera la decisión de último instante del Gobierno ecuatoriano de recaudar este impuesto, luego de que las compañías recuperaran sus inversiones, impidió que Kinross anunciara que abandonaba el proyecto de Fruta del Norte, porque las condiciones tributarias y de precaria seguridad jurídica hacían inviable la explotación, pese a haber invertido al menos $us 250 millones en exploración.
La decisión de Kinross ha traído cola. La canadiense INN Minerals ha anunciado que reevaluaría su presencia en Ecuador. La estadounidense International Mineral adelantó que esperaba poder abandonar el país hacia fines de 2013. Algunos observadores ya desestiman que Ecuador pueda desarrollar a gran escala la minería de oro y cobre. La salida de Kinross propina un duro golpe a la credibilidad de la política ecuatoriana, justo en el momento en que eran aprobadas reformas a la Ley de Minería de 2009, justificadas, paradójicamente, en el propósito de atraer inversión.
¿Qué tiene que ver en esto Bolivia? Pues mucho. Aquí también se prepara el cambio de la legislación minera, y las autoridades, y alguna dirigencia sindical, se empeñan en subir los impuestos, incluyendo una participación de Comibol con el 55% de las utilidades en los contratos de esta empresa con operadores privados.
El contrasentido es que lo que más aqueja a la minería boliviana es precisamente la falta de inversiones. Si en Ecuador la perspectiva, al parecer frustrada, era desarrollar grandes proyectos mineros, en Bolivia, con excepción de San Cristóbal y en menor medida del proyecto San Bartolomé, no existen emprendimientos mineros de gran escala; las operaciones se cuentan con los dedos de la mano. Y algún proyecto más reciente, como Mallku Qota, ha sido abortado antes de siquiera nacer.
Si alguien tiene la ilusión de que a pesar de los altos impuestos será posible captar nuevas inversiones extranjeras, hay que ver lo que sucede en Ecuador: pasan los años y no hay inversión, ni asiática, ni norteamericana, ni europea. Y en Bolivia sucede lo mismo. La lección es clara: los inversores son hombres de negocio que no se arriesgarán si las condiciones tributarias, de seguridad jurídica y competitividad son tan desfavorables.
Lo cierto es que Bolivia se queda sin minas importantes por falta de inversiones, y nuestra minería puede quedar reducida a unas pocas empresas estatales de dudosa viabilidad y muchas cooperativas y explotaciones informales
Henry Oporto - Sociólogo, Investigador De La Fundación Pazos Kanki
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