domingo, 3 de julio de 2016

“Si la vida te da limones...” Julio León Prado: emblema de esfuerzo

Señalar que Julio León Prado –el emblemático empresario, constructor y banquero cochabambino– ha luchado y trabajado por 90 años no es una exageración desaforada. Nacido el 4 de julio de 1926, en Quillacollo, aprendió desde sus primeros segundos de vida a esforzarse por extraer ventajas de cada circunstancia desafortunada.

“Dicen que nací muerto”, contó bromista en sus memorias, sobre el dramático episodio que marcó la llegada del segundo hijo de Cristina Prado y Alfredo León, cuya dificultad para respirar asustó tanto a la familia que apresuró su bautizo, “por si pasaba lo peor”.

Pero el temor nunca se materializó, Julio César León Prado creció saludable y fuerte, con una primera infancia cómoda y despreocupada, haciendo amigos y jugando en la propiedad donde Don Alfredo administraba “La Alcoholería”. No tan relajados son los recuerdos de los años a partir del séptimo de su vida, después del divorcio de sus padres.

Tras la separación, Cristina asumió, casi de manera autónoma, la crianza de sus cuatro hijos –Elsa, Julio, Adela y Amalia–, cambiando las 20 hectáreas de su primer hogar por dos dormitorios en la casa de la abuela materna (Eloísa Cardozo). Aunque fue una experiencia dolorosa, Julio agradece haber aprendido desde esa edad el enorme valor del trabajo y el esfuerzo que su madre desplegó por él y sus hermanas.

Inspirado por ese espíritu inagotable –Cristina se dividía entre la tienda de abarrotes que instalaron en el céntrico domicilio quillacolleño y sus horas como maestra de educación física– Julio niño desarrolló cualidades y sentimientos que jugarían un rol determinante en el éxito de Julio adulto: un profundo respeto por la figura materna, aprecio por la educación, tenacidad y compromiso con los propósitos y responsabilidad por las decisiones tomadas.

Ya fuera en el nivel primario de las escuelas locales o en las competitivas aulas de la Universidad Nacional de Ingeniería de Lima –donde fue becado para estudiar Ingeniería Civil–, buscaba y lograba destacar. Pero, como le decían desde pequeño, no se trataba solo de buenas calificaciones, había algo en la personalidad y carácter de León Prado que hacía vaticinar que llegaría muy lejos en la vida, muy a pesar de los problemas y dificultades que, sin duda, iba a encontrar.

EL MURO DEL ORIENTE

Hasta fines de los 1980’s, las tierras del oriente boliviano permanecían mayoritariamente relegadas, a pesar de haber sido calificadas como apropiadas para la agricultura; y en el resto del mundo la seguridad alimentaria estaba en riesgo.

Contactado por inversionistas alemanes, Julio recibió una oferta de negocios que parecía perfecta para el momento: preparar extensas tierras agrícolas en Bolivia, que agricultores europeos pudieran cultivar con métodos innovadores,

“Compré 28 propiedades chiquitas y las junté en una sola”, recuerda. Desde cero, comenzó a trabajar las casi 25 mil hectáreas que adquirió con fondos propios, tarea que exigió una de las inversiones más fuertes hechas por un empresario boliviano. Era un riesgo enorme, considerando que solo recibiría su paga una vez entregadas las tierras en las condiciones indicadas por los alemanes, pero el empresario asumió el reto.

Una vez que tuvo listas las primeras dos mil hectáreas, recibió la peor noticia imaginable: el contexto había cambiado, cayó el muro de Berlín y la configuración financiera alemana, el contrato no podía continuar.

“Si la vida te da limones, prepara una limonada”, se dice popularmente, en 1989 Julio León Prado recibió los limones más amargos y caros. Enfrentado al fracaso de su plan original, el cochabambino decidió una nueva estrategia: aprovechar esas fértiles tierras e impulsar el desarrollo del agro boliviano (actualmente, en una de esas propiedades se cultivan productos de exportación, irónicamente, limones).

Para ello, creó la empresa Desarrollos Agrícolas Sociedad Anónima (DESA), junto con sus socios de ICE S.A., la constructora que había iniciado tras su fructífero periodo como ingeniero civil de tiempo completo, sobre todo fuera del país, en el que acumuló experiencia, reputación y capital.

Pero como en todos sus emprendimientos, Julio quería hacerlo bien, así que decidió capacitarse y aprender. Resuelto, comenzó a visitar los mejores campos agropecuarios del mundo, rescatando prácticas y conocimientos de dos países en particular: Argentina y Holanda.

“Decidí convertir a Bolivia en un país agrícola, y lo he hecho”, cuenta orgulloso sobre el éxito de esta iniciativa, que dio paso al actual y pujante sector agroproductivo de Santa Cruz, considerado entre los más fértiles del mundo.

Estas tierras, de hecho, le ganaron el “mejor elogio” que recibió, de un lord inglés que aplaudió la habilidad y, sobre todo, la rapidez en las que logró la tarea: dos años.

BUSCANDO EL EQUILIBRIO

En 1959, residiendo todavía en Lima, Julio experimentó una de las situaciones más decisivas de su vida. Víctima de temblores incontrolables y un malestar incomprensible, fue internado en la Clínica Angloamericana de Lima, donde revisó un ejemplar del libro “Medicina Natural al alcance de todos” de Manuel Lezaeta Acharán.

Según el médico que lo atendió, ningún paciente querría someterse a las duras terapias propuestas en dicho texto, apreciación que bastó para interesar al cochabambino.

Desde entonces, esa obra se ha convertido en un manual de vida para León Prado, quien, en esa perspectiva, es vegetariano por casi 60 años y cuida con esmero su salud, tanto física como mental.

“Yo tuve un estrés muy grande el año 2001”, recuerda con pesar. A las frustraciones provocadas por el complicado proyecto de Misicuni (uno de los más anhelados por León Prado) se sumó la inesperada muerte de Janette, su tercera esposa.

Cuando habla de ellas, el empresario deja ver el amor y admiración que sintió por cada una de ellas: Alicia, la primera, la beldad costarricense que acompañó su despegue profesional; Gloria, la ciudadana norteamericana que estuvo presente durante el auge; Janette, la dulce cruceña que le dio a su hijo más pequeño; y Teresa, la doctora que también practicaba ayurveda, una antigua rama de la medicina tradicional hindú, con la que Julio puso fin a los problemas respiratorios, pero –y eso es lo que más aprecia– su renovada paz mental, gracias a un tratamiento de limpieza corporal y espiritual que realizó el año 2006, en la India, durante 42 días.

“Vuelva dentro de 20 años, cuando tenga 100”, le dijo el gurú de 98 a León Prado, en la despedida, y él tiene el firme propósito de cumplir, porque sin importar las caídas y altibajos, “solo uno decide lo que hace con su vida”.


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