Mirá mamá ahí viven los ricos, ¿no? Qué casotas. Tiene piscina, mirá, mirá”, los ojos del niño crecían como su curiosidad y sorpresa. Eran dos espejos redondos que devolvían la imagen de jardines con "esos juegos como de parque”; las puertas grandes, las ventanas de piso a techo, los varios niveles, en fin todo lo que permite ver desde la altura, una cabina de teleférico.
La madre miraba con la misma curiosidad y respondía desde la sabiduría que estos años de buena economía le han dado al boliviano promedio. "Ellos han trabajado mucho. Han estudiado mucho. Han hecho negocios y han ahorrado. Tú puedes ser así y tener esas casas si estudias y trabajas mucho”. Ahí fue cuando mis ojos crecieron más que los espejos del niño; y en ese cubículo vacío de sonido externo, fue difícil esconder el aumento del ritmo de mi respiración. Quería lanzar a esa madre una ráfaga de preguntas. ¿Qué hacía, en qué trabajaba, dónde vivía, qué edad tenía? Buscar todas las claves que me lleven a descubrir cómo había logrado desinstalar, de su mente, el discurso de los desposeídos y la lucha de clases.
Ella no debe haber tenido más de 30 años, es probable que trabajara y no dependiera del marido que permaneció callado durante todo el viaje. Por su vestimenta y la del niño, los juguetes que éste llevaba y lo nuevo de los zapatos y mochila, gozaban de una soltura económica y tenía un excedente para destinarlo al ocio (cine, pipocas, hamburguesas o pollos).
Pensé que si en ese momento fuera parte de un equipo encuestador y tuviera que aplicarle un cuestionario para conocer hábitos de consumo o el voto a alguna elección me vería en la difícil tarea de no saber en cuál segmento situar a la familia: ¿A, B, C o D?
Si estas variables, en las que se "encajan” perfiles de personas, se definen por niveles de educación, ingresos y otros factores materiales, esta familia no podría ser estudiada nunca. Ni sus contemporáneos. Las asignaciones tradicionales de categorías para catalogar los niveles socioeconómicos, a esta luz, podrían estar obsoletos.
El segmento A y A1, 2 y 3 está convirtiéndose en la viva imagen de la burguesía venida a menos, que mantiene los títulos de propiedad, el acceso a servicios y los títulos de grado enmarcados, pero no es parte más de la pujanza de la nueva economía que se desarrolla en otros barrios, otros ámbitos y hasta códigos distintos para hacer negocios.
¿Cómo podemos leer encuestas y creerles si no vemos reflejados los hábitos y el nuevo pensamiento de personas como esa madre joven en el teleférico? Obviándola, los estudios de mercado seguirán apuntando hacia la misma gente, los mismos gustos y necesidades, y dejarán de lado un inmenso mercado con capacidad económica y, lo que es más importante quizá, una mentalidad abierta a probar y adoptar nuevos hábitos.
Imagino la cantidad de productos que aún siguen marcando sus territorios clave de venta con información basada en estudios que tercamente mantienen sus clasificaciones del siglo pasado (y ésta no es una metáfora, es liter al); la cantidad de información no ajustada a una nueva realidad económica y de pensamiento que se debe estar procesando como real. Y el resultado más preocupante, la cantidad de ciudadanos y consumidores desconocidos para las empresas y los movimientos políticos. Públicos que podrían convertirse en clientes estrella y sobre quienes las estrategias de retención y fidelización funcionarían bien si se conociera el marco de pensamiento y consumo al que son sensibles. Un mercado al que se le sigue dando la espalda porque no entra en las categorías definidas en la literatura de la estadística "universal”; un conjunto de personas que se escurren entre las muestras y se representan como anomalías en las estadísticas.
Cuando ese niño termine de estudiar y tenga la "casota” trabajando mucho, haciendo negocios y ahorrando como pronosticó su madre, y si esa casa no es edificada en aquellos barrios tradicionalmente de "ricos”, tampoco él será visto por las estadísticas, ni sus hábitos, ni sus deseos, ilusiones, sueños. Y no es un tema sólo de mercado, también lo es de visión de país. Si no sabemos quiénes somos, ¿cómo pensamos construir un proyecto de país?
* La autora es especialista en comunicación estratégica.
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