Difícilmente fue una sorpresa que Luis Suárez, un dotado pero sicológicamente afectado delantero uruguayo, expresara su frustración mordiendo a un oponente al no anotar contra Italia en un partido de la Copa del Mundo el 24 de junio. Después de todo, lo había hecho dos veces antes.
Más sorprendente fue la reacción de las autoridades uruguayas, tanto futbolísticas como políticas. Primero fue la negación y la teoría de la conspiración: las marcas de la mordida fueron alteraciones hechas con Photoshop o una lesión antigua. Luego fue la indignación ante la dura proscripción impuesta a Suárez, que fue recibido en su país como un héroe tratado injustamente. Su acción no fue más que una broma infantil, afirmó José Mujica, el presidente de Uruguay.
Al coludirse con la violación que cometió Suárez de las reglas del fútbol, Mujica estaba abandonándose a la práctica que es mucho más común al otro lado del Río de la Plata en Argentina que en el Uruguay cumplidor de la ley: el ejercicio de una especie de narcisismo adolescente en el cual está bien romper las reglas que no te gustan, en la creencia de que te saldrás con la tuya. Y si no, bueno, es injusto porque el mundo está en tu contra. Hay un término argentino que capta al menos parte de esta mentalidad: viveza criolla.
La viveza criolla ha sido una característica de la política económica argentina bajo el Gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y del de su difunto marido y predecesor, Néstor Kirchner. La idea de que Argentina podía jugar bajo sus propias reglas, en lugar de las de la economía o del resto del mundo, quedó simbolizada en la negación del Gobierno del impacto inflacionario de sus políticas expansionistas mediante la manipulación del índice de precios al consumidor. Mientras tanto, los Kirchner culparon al Fondo Monetario Internacional de todos los problemas del país.
Un cierto solipsismo aplica también al manejo que hace el Gobierno de su disputa con sus tenedores de bonos ‘en resistencia’, que ahora ha llevado al país al borde del incumplimiento de pago por segunda vez en una docena de años. Ciertamente, Argentina tenía poca opción salvo restructurar sus deudas con los tenedores de bonos – muchos de los cuales habían sido muy bien recompensados por el riesgo e incumplimiento – después de que la economía se colapsó en 2001-2002.
Sin embargo, nueve años después de un primer acuerdo de reestructuración, que significó una gran reducción del monto para los tenedores de bonos, Argentina se encuentra en apuros.
Debe negociar
El rechazo el mes pasado de la Suprema Corte de Estados Unidos de escuchar su apelación contra un fallo de un tribunal menor en Nueva York de que debe pagar por completo al 8% de los tenedores de bonos que rechazaron el intercambio de bonos de 2005 y otro en 2010 significa que no tiene alternativa práctica sino negociar con esos que se resistieron. El tribunal menor dictaminó el 27 de junio que a falta de un acuerdo con los renegados, el depósito de Argentina de 539 millones de dólares en una cuenta de fideicomiso para hacer un pago programado sobre sus bonos restructurados era ‘ilegal’.
Muchos personajes neutrales coincidirían con Fernández en que los fondos ‘buitre’ –como se conoce a los especialistas en deuda en apuros– no son socialmente útiles. También podrían concluir que la interpretación del juez Thomas Griesa de la norma del pari passu – término legal para el trato igualitario– en la documentación de bonos original socava no solo el sentido común sino también al sistema financiero mundial y al lugar de Nueva York en el mismo al dificultar más las restructuraciones de bonos soberanos.
Pero esto ignora la singular insistencia de Argentina en vivir según sus propias reglas. Varios otros países –incluido Uruguay en 2003– se las han arreglado para restructurar sus deudas sin entrar en conflicto con tribunales y acreedores en la misma forma. Al tomarse tanto tiempo para restructurar, y aprobar dos veces una ley que explícitamente prohíbe cualquier reapertura del intercambio de deuda o hacer cualquier tipo de acuerdo con los renegados, Argentina ha hecho su mejor esfuerzo por lograr que la definición de Griesa del pari passu parezca intelectualmente coherente.
¿Qué explica este rasgo cultural, que está más marcado en Argentina pero está presente en menor grado en muchos países latinoamericanos? Algunos podrían atribuirlo a la condición ‘post-colonial’ de la región. De ser así, tras 200 años de independencia, es tiempo de madurar. El punto es trabajar para cambiar las reglas injustas, en lugar de ignorarlas. Otros podrían decir que es simplemente parte integral de la debilidad del régimen de derecho en Latinoamérica.
Argentina ahora tiene menos de un mes para llegar a un acuerdo con los renegados o incumplir el pago de sus bonos restructurados. Hay un motivo para la esperanza. En 2001, el incumplimiento inicial fue recibido en el Congreso de Argentina con vítores, como si fuera un gol en la Copa del Mundo. Esta vez nadie está vitoreando. Incluso Fernández parece querer que el país se una de nuevo al mundo. Las reservas extranjeras de Argentina están cerca de su nivel más bajo en siete años.
Y ella pretende llegar al final de su mandato el año próximo sin colapsar. Como descubrió Suárez, uno rompe las reglas bajo su propio riesgo. Tarde o temprano, la realidad tiene una manera de responder
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