lunes, 17 de abril de 2017

“La austeridad no es una ley natural Indiscutible”, un dilema económico



La austeridad, entendida como la idea de que un hogar no puede consumir más allá de sus posibilidades, “se ha convertido en parte del sentido común que gobierna a las sociedades”, afirma Nicolás Oliva, investigador del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG).

Por tanto, la idea de que no se puede consumir más allá de sus posibilidades, cuando es extrapolada al ámbito público, ha derivado en el “mantra” del déficit‐cero, que obliga a que un gobierno tampoco puede vivir por fuera de sus posibilidades, convirtiendo al superávit fiscal en una política necesaria para alcanzar la prosperidad económica o pleno empleo.
Y es que, a lo largo de las décadas, los economistas neoclásicos han logrado posicionar sus postulados como si fueran ley natural que se cumple en todos los casos y que no está influenciada por ideología alguna.
Según Oliva, el gran problema de esta afirmación es que “la lógica individual no puede ser extrapolada a los agregados, sean éstos un sistema, un conjunto de agentes o una Economía”.
Hace mucho, el famoso economista John Maynard Keynes explicó este hecho como la paradoja del ahorro: cuando un grupo de personas deciden al mismo tiempo ahorrar parte de su ingreso se esperaría, bajo la lógica neoclásica del individuo, que todos consigan un ingreso mayor fruto de su ahorro; sin embargo, paradójicamente lo que ocurre es que todos los individuos terminan reduciendo sus ahorros y en peor situación que antes.
¿Por qué? Oliva precisa que, al ser el capitalismo un sistema interconectado, el consumo de un agente es al mismo tiempo el ingreso de otro, sean personas o empresas. En este sentido, cuando todos al mismo tiempo deciden ahorrar (reducir el gasto), voluntaria o involuntariamente, lo que ocurre es que no consumen y por ende se elimina el ingreso de otros agentes.
“De esta forma, el ingreso agregado de la economía se desploma. Al verse despojadas de sus ingresos, las personas dejan nuevamente de consumir reduciendo aún más el ingreso agregado. Al final este efecto en cadena da como resultado una demanda agregada deprimida que arrastra a la economía a una situación de depresión con falta de ingreso, consumo, producción y empleo”, explica el investigador.
Así vistas las cosas, la paradoja del ahorro de la que hablaba Keynes parece tener lógica. ¿Por qué, entonces, ha sido marginada del debate? Según Oliva, se debe a que “hay poderes a los que les interesa mantener una hegemonía sobre el ahorro y su papel como virtud máxima del capitalismo. Les ha interesado construir al mecanismo del ahorro como una ley natural inmutable e irrefutable”.
En su reciente publicación, titulada “Desmitificando el Ahorro: Hacia una Economía del Pleno
Empleo. Una aproximación mediante balances sectoriales”, Oliva busca abrir una grieta en el pensamiento económico dominante, utilizando para ello las propias armas de los neoclásicos, o sea los balances sectoriales.

Ahorro, inversión y tasa de interés
Otra de las piedras angulares de la teoría económica dominante es el supuesto que el ahorro e inversión se igualan bajo un mecanismo automático regulado por la tasa de interés. En otras palabras, cualquier proceso de inversión surge gracias a la voluntad de los ahorradores. Es desde el ahorro que aparecen fondos para la inversión, por lo que “la inversión puede ver su génesis en el ahorro”.
Es básicamente lo que afirma la Escuela Austríaca y la teoría austriaca del ciclo económico, originada por Ludwig Von Mises y desarrollada por Friedrich Hayek: sin un monto considerable de ahorro no hay posibilidad de financiar la expansión en la inversión.
De hecho, Hayek sostenía que esta era la única forma segura de salir de la crisis que aquejaba al capitalismo durante la gran depresión de los 1930. Mediante la no intervención estatal se restablecería el equilibrio natural (ahorro igual a inversión) y con ello el pleno empleo.
Según la teoría austriaca del ciclo económico, un auge ordinario de la inversión se financia con el ahorro voluntario de los consumidores quienes verán conveniente modificar sus preferencias y renuncias a bienes de consumo por bienes de capital. Por el contrario, un auge de la inversión inducido por la banca, a través de la reducción “artificial” de la tasa de interés, alienta a los empresarios a tomar recursos de las industrias de consumo sin que exista ningún ahorro voluntario.
Para Hayek, este ahorro forzoso no representaba las verdaderas preferencias de los consumidores por lo que no era sostenible en el tiempo. Por tanto, la única y verdadera cura es dejar que el sistema por si solo recobre el equilibrio, es decir, “no hacer nada” y reducir la intervención estatal conseguiría que la mano invisible del mercado actúe para recobrar el pleno empleo.
En palabras de Mark Blaug, otro famoso economista -británico nacido en Holanda-, “debe permitirse que las recesiones sigan su curso natural como la fiebre, de modo que dejen su lugar al auge saludable que seguirá inevitablemente.”
Con estos razonamientos se ve que la mano invisible es el motor del sistema neoclásico. Oliva ironiza: “lo único que debemos ser es pacientes y austeros que nuestra buena conducta nos llevará de nuevo a la prosperidad”.
De ahí la afirmación de que el gobierno gaste sólo hasta sus posibilidades (ingresos) y que no intervenga en la economía.
“Un presupuesto equilibrado es hasta el día de hoy un potente instrumento persuasivo para casi toda la comunidad académica de economistas y lo que es peor, es un credo de la mayoría de tecnócratas que diseñan la política económica”, explica el investigador del CELAG.

Todo gasto de un agente es el ingreso de otro
Como se mencionó anteriormente, Oliva realiza un análisis de los balances sectoriales. Para ello, recuerda que el PIB de un país, por el lado del gasto, es por definición una identidad contable compuesta por la suma de: el consumo de los hogares, el consumo del gobierno, la
Inversión, más las exportaciones y menos las importaciones.
Considerando que en un sistema interconectado todo gasto de un agente es al mismo tiempo el ingreso de otro, el PIB también se define como la suma de las rentas de los factores que participan en el proceso productivo: el trabajo y el capital.
Se debe completar el panorama con la acción del Estado. Por tanto, al ingreso nacional se debe descontar la intervención del Estado, o sea se debe restar los impuestos netos, que son el resultado del valor neto que el Estado recibe por impuestos menos las transferencias que entrega a los hogares.
Al traducir estos términos en fórmulas contables, Oliva concluye que “cualquier excedente de la producción neta de restar los impuestos, el consumo de los hogares y la inversión realizada, da como resultado el ahorro del sector privado (endeudamiento en caso de ser negativo)”, y que “el ahorro privado más el superávit/déficit público debe ser igual al saldo de la cuenta corriente con el resto del mundo”.
Si por un momento se excluye del análisis al sector externo (la cuenta corriente está equilibrada, o sea exportaciones menos importaciones es igual a cero), un aumento del déficit público, cuando el gasto del gobierno crece más que los impuestos netos, se traduce en el ingreso del otro sector, o sea se convierte en un superávit del sector privado.
Es decir: “un déficit público es el superávit –ahorro‐ del sector privado. De la misma forma un superávit del sector público significa un deterioro de la situación del sector privado. Es por ello que un permanente equilibrio presupuestario a lo largo de los años es el germen de la recesión económica, a menos que el sector externo compense este desbalance inicial en la contabilidad sectorial entre el Estado y sector privado”.

El papel del sector externo
Un superávit del sector público que traiga prosperidad al sector privado sólo se consigue si la balanza comercial y las rentas netas del exterior son superavitarias, en tal magnitud que compense el aporte del sector público, o sea lo que el gobierno deja de gasta en la economía.
En el caso inverso, si el saldo de cuenta corriente es deficitario hay dos opciones: o el sector privado reduce su ahorro para mantener el equilibrio, o el sector público deberá aumentar su gasto –incrementar el déficit para que los privados puedan mantener su posición inalterada.
“En definitiva, los balances sectoriales no hacen más que demostrar que el déficit cero es una política disfuncional y que no puede ser la base de la política económica”, afirma el autor.

La restricción externa
La restricción externa es el límite que tiene una economía para financiar su expansión sin depender del sector externo. En palabras de Oliva, la restricción externa “impone las condiciones de cierre del metabolismo del sistema capitalista. Si la restricción externa está lejos de alcanzarse el gasto público podrá sin lugar a dudas expandirse teniendo una contrapartida en el ahorro del sector privado lo cual incrementará el ingreso nacional, la producción y el empleo”.
Pero si el gasto público empuja las importaciones de tal forma que se desequilibra el sector externo lo que ocurrirá es que “el ahorro del sector privado se verá incrementado, pero del sistema fugará parte de ese ahorro hacia el resto del mundo, es decir, los extranjeros disfrutarán de ese ahorro”.
En este sentido, la capacidad de absorción que tiene el aparato productivo de un país ante incrementos del gasto público, condiciona la forma cómo una economía basada en la demanda puede alcanzar el pleno empleo.
“El pensamiento dominante busca por todos los medios convencer que la economía no tiene capacidad de absorción y, por lo tanto, el gasto público lo único que genera es un desbalance con el exterior. En definitiva, lo que nos dice es que la restricción externa es una condición perpetua y que nada podremos hacer para cambiarla. Lo único que resta es resignarnos, reducir la intervención y el gasto público y de esa forma ingresarán recursos frescos desde el exterior para compensar nuestra matriz importadora. La famosa Inversión Extranjera Directa”.
Para Oliva no existe pues una conclusión definitiva sobre cómo el gasto público presiona la balanza comercial. “En la medida que el gasto público esté orientado a la creación de una oferta nacional que sustituya importaciones (supere la restricción externa) este gasto sin duda reducirá la presión sobre la balanza y cada vez más en mayor proporción se dirigirá al ahorro doméstico de los hogares”.
Este modelo de desarrollo lo siguió por ejemplo Corea del Sur: el Estado como motor direccionó el aparato privado para crear oferta nacional. En cambio, “si el gasto público se dirige únicamente a una expansión de la demanda de bienes importados sin duda en el mediano plazo la restricción externa desempeñará un papel importante en el déficit comercial, el tipo de cambio y problemas respecto a la inflación”.

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