domingo, 8 de octubre de 2017

Una mirada a la economía social y solidaria



Cuando se habla de “economía social y solidaria” se confunde con el “modelo pluralista social y productivo”. Según estudios especializados, esta clase de economía aparece en Bolivia en la década de los 70 con tres grandes familias socioeconómicas: las cooperativas, mutualidades y asociaciones, y más tarde con las Organizaciones Económicas Campesinas, que son formas organizacionales adoptadas por campesinos en función de las actividades productivas, de comercialización y/o servicio y con la perspectiva de convertirse en empresas autogestionarias. En el contexto urbano se evidencia con la aparición de empresas no capitalistas que se constituyen en unidades productivas o microemprendimientos, iniciativa de una persona o grupo familiar, con la finalidad de generar ingresos que les permita cubrir las necesidades básicas. Generalmente se desarrollan en actividades económicas informales de autoempleo.

La economía social está definida operativamente como un conjunto de empresas privadas creadas para satisfacer las necesidades de sus socios a través del mercado, produciendo bienes y servicios, asegurando o financiando sus actividades económicas y en las que la distribución del beneficio y la toma de decisiones no están ligadas directamente con el capital aportado por cada socio, correspondiendo un voto a cada uno de ellos. Las actividades productivas, dentro de la economía social, responden a unos principios solidarios como son: la libre adhesión, la democracia interna, las ganancias limitadas, y el respeto a la dimensión humana en sus actuaciones. Por tanto, la economía social se estructura como la alternativa para corregir los efectos socioeconómicos generados por la difusión del mercado, conciliando a la vez el interés ciudadano y la justicia social.

Por su parte la economía solidaria está entendida como un escenario de recuperación del trabajo en tanto actividad que dignifica al ser humano y que, además de generar ingresos para la satisfacción de necesidades, pueda desarrollar potencialidades y originar transformaciones.

De esta manera, en el marco de la economía de la solidaridad, se gestan y desarrollan formas de trabajo autónomo con un rol sostenible más importante que cualquier otro factor productivo, entre ellos el capital. Es decir, tiene como propósito la generación de empleo para que los individuos puedan satisfacer sus necesidades antes que la generación de excedentes con el propósito de acumular capital. Esta forma de economía está conectada al mercado.

En este sentido existen tres posiciones diferentes respecto al término de “economía social y solidaria”. En primer lugar, los estudios que presentan argumentos referidos a mantener y consolidar el concepto de economía social y considerar la economía solidaria como un enfoque particular que no modifica sustancialmente sus elementos principales; en segundo lugar, los que indican que ambos términos son sinónimos, y en tercer lugar los que persisten en la separación de ambos términos bajo la justificación de respetar sus identidades diferenciadas.

Tanto la economía social como la solidaria están conectadas al mercado pero no son parte del sector estatal ni del mercantil, no son intensivas en uso de capital; hacen uso de otros recursos, como el natural, el humano, el técnico y otros.

Considerando estos aspectos a la hora de evaluar las actividades económicas, no se pueden calcular rentabilidades financieras ni rendimientos económicos privados sin tomar en cuenta las particularidades antes mencionadas.

Más bien, debería considerarse la construcción de indicadores que permitan medir sus rendimientos sin el factor capital; es decir, surge la necesidad de establecer criterios propios que expliquen los impactos —a nivel microeconómico y macroeconómico— de estas actividades económicas, que funcionan dentro del mercado capitalista y que en ninguna época ni administradores del Estado ni políticas públicas han tomado en cuenta.

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