Él y tú trabajan y, por supuesto, los dos aportan a la economía del hogar. Hasta acá, todo bien. Como pasa en la mayoría de las parejas, hay un acuerdo tácito (o a veces explícito) por el que uno de los dos se encarga de tomar las riendas administrativas de la casa. Esto es: pagar las cuentas, renovar plazos fijos, ver si hay alguna oportunidad para invertir, controlar los gastos, planificar las vacaciones, separar algo para los ahorros, etc. Pero hace un tiempito, que él se ofreció a hacerlo -y tú aceptaste de buena gana porque digamos que el tema no te apasiona-, estás notando que las cosas no van del todo bien; las facturas vencidas hacen tambalear el presupuesto, nunca llegan cómodos a fin de mes, de pronto te trae ideas ridículas (por no decir impracticables) para emprender negocios nuevos y entonces, algo que podría fluir sin estridencias se vuelve un tema de conflicto. Si en tu pareja pasa algo de este estilo, lo primero es identificar con qué tipo de pareja respecto a las finanzas nos encontramos. Porque no vayas a creer que los hay de un solo tipo.
¿CUÁL ES SU “PROBLEMITA”?
-Es un despilfarrador: él administra como si no hubiera un mañana o como si directamente le “quemara” la plata en las manos y gastarla (aunque sea en cosas absolutamente innecesarias) fuera una obligación. Su lema es: “si la tienes, úsala”; el tema es cuando tú quieres ahorrar para irte de viaje con él o invertirla en algún lado, eso lo estresa.
-Es un desordenado: “uh, se re-venció” es su frase de cabecera cuando le preguntas si pagó las facturas de la casa. Pero es lógico: si no hay chance de que tenga un cajón o un escritorio ordenado, no le pidas que tenga las cuentas pagadas en una carpeta o que se agende cuándo vencen las cosas. Incluso es tan despistado que puede llegar a hacer mal los números y armar un desastre financiero: “¿Ya nos quedamos en cero? ¡Si recién estamos a 15!”.
-Es demasiado arriesgado: ¡él y su espíritu emprendedor son un solo corazón! Te encanta que siempre tenga algún proyecto en la manga, pero te da vértigo que siempre quiera embarcarse en negocios de dudosa rentabilidad o inversiones que son dignas de una peli de ciencia ficción. Tús no quieres cortarle las alas, pero nunca te convencen sus “negocios”.
-Se le va la mano con la “mesura”: por no decir que es un poco amarrete. Para él, cualquier inversión necesaria -por ejemplo, pintar tu casa- es un gasto, entonces siempre termina “pateando” esos proyectos con la excusa de que pueden esperar.
¿CUÁNDO PASA A SER NUESTRO PROBLEMA?
Bienaventuradas las pacientes que dicen simplemente “OK, es de madera con la plata, mejor la manejo yo” y se acabó. Pero si ambos están involucrados en las finanzas de la pareja, entonces el campo de batalla no tarda en armarse: él quiere pagar el mínimo de la tarjeta para sacar el palco anual de su equipo de fútbol, mientras que para ti es una locura. O él prefiere usar efectivo y tú te cansas de decirle que si sacan el aire acondicionado en cuotas sin interés, le ganan a la inflación y disponen de mayor liquidez. O te agarra un ataque cuando él te dice que se va el fin de semana con los amigos a otro departamento a una despedida de soltero... ¡y se gasta la mitad del sueldo en dos días!
Cualquier cosa -un comentario, un gasto no planificado o el olvido de alguna cuenta que quedó sin pagar- puede ser el motivo del estallido. Lo ideal es aprender a conocer qué concepción tiene cada uno del dinero y en qué cosas disfrutan gastarlo (y no desatar la guerra si no coinciden en este punto). También pueden proponer -como medida conciliatoria- que un mes maneje las cuentas uno y al mes siguiente el otro, luego, a fin de año, pueden evaluar qué “administración” fue la más eficaz.
¿QUÉ HACER PARA EVITARLO?
-Anímate a plantear el tema: a veces, para evitar angustias o conflictos, nos callamos y nos conformamos con despotricar en la cena cerca de los hijos..., pero ¡él ni se entera! Busca un buen momento y un buen lugar -no sirve hablar del tema cuando están ocupados o en el medio de otra cosa- y cuéntale qué te pasa: “Me gustaría que nos manejemos así...”, sin gritar ni tratar de imponerte. Es vital que si los dos tienen diferentes formas de entender el dinero, mantengan cuentas por separado y que aporten a un fondo común para los gastos fijos de la casa.
-Investiga qué hay detrás: las peleas o discusiones cotidianas por temas de plata casi siempre son la “punta del iceberg” de otras cosas, mucho más personales. Indaga para ver qué está escondiendo ese reclamo -quizá también debas revisar por qué delegas las finanzas en él y evitas compartir la responsabilidad o hacerte cargo del tema-.
-Busca un plan posible: lo ideal es que juntos desarrollen recursos para solucionar el problema, por ejemplo, intentar bajar alguna aplicación de control de gastos hogareños o sistematizar alguna planilla para registrar en qué gastan y luego poder evaluar en qué se están extralimitando.
-No cristalices tooodo ahí: hay parejas en las que se activa una especie de complicidad inconsciente y se forma un circuito de “excusas para quejarnos todo el día”. Si ya te metiste en la cabeza que él es un cero para los temas económicos, lo más probable es que estés tan pendiente del tema que vivas preguntándole: “¿Pagaste tal cosa?”, “¿y qué vas a hacer con el aguinaldo?” o “¿en qué gastaste que ya nos quedamos en 0 en la cuenta?”. No conviertas el dinero en un tema que arme un “modus operandi” de ti controlándolo a él y él rindiéndote cuentas de lo que hace con cada peso de la economía familiar. Por otra parte, recuerda que quizás él no sea el mejor en las finanzas, pero seguramente tiene otras habilidades. Tal vez haya llegado el momento de que decidas usar personalmente la calculadora.
-Busca ayuda: si ves que las cosas se están saliendo de control, sal de tu omnipotencia y comenta con tu gente más cercana para que te ayude a planteárselo. A veces, un buen amigo de él -con el que tengas cierta confianza- puede ser un buen aliado.
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