sábado, 19 de marzo de 2016

Gabriel Espinoza “Centrarse solo en crecimiento del PIB puede llevarnos a un autoengaño”



Economista con especialidad en desarrollo, el paceño Gabriel Espinoza trabajó para la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia (CEPB). Actualmente se dedica a temas de desarrollo industrial y asociaciones público-privadas, entre otros. También escribe para la Fundación Milenio.
CAPITALES (C). Alberto Bonadona elogió en un artículo publicado en enero pasado la bolivianización de la economía, entre otras medidas. Sin embargo, concluyó que Bolivia “cuenta con una tabla de salvación (frente a la crisis), no con una maquinaria para encaminarse hacia el desarrollo económico”. ¿Qué opina de esta afirmación?

Gabriel Espinoza (GE). Es exagerada, toda vez que la bolivianización fue forzada a partir de incrementos artificiales en las tasas de interés para depósitos, y reducciones para prestamos, en moneda nacional, la elevación de los costos de transacción para las operaciones en moneda extranjera y un tipo de cambio que se ha mantenido fijo por demasiado tiempo, tanto que es posible que se haya llegado a un punto tal que modificarlo ahora puede generar serios problemas de confianza dentro de los agentes económicos.

Estas medidas son sostenibles solo en un contexto en el que los ingresos de divisas son altos, pero en un momento como el actual, en el que se registran fuertes caídas en las exportaciones, la bolivianización se puede mantener solo a través de la reducción de las RIN, algo que ciertamente tiene un límite.

C. ¿Se debe mantener o no el tipo de cambio?
GE. Lamentablemente se ha llegado a un punto en el que algún movimiento del tipo de cambio puede causar problemas de confianza del público antes que efectos reales sobre el sector productivo. Esto porque el grueso de los insumos del sector manufacturero son importados, por lo que una posible devaluación, a la vez que abarata el precio de nuestras exportaciones hacia el mundo, también encarecería el precio de los insumos que utilizamos.
En este sentido, es necesario despolitizar determinadas variables; este es el caso del tipo de cambio: la estabilidad económica no está exclusivamente atada al mayor uso de bolivianos o a un tipo de cambio fijo.

C. Las proyecciones de crecimiento económico continúan siendo prometedoras (tomando en cuenta el contexto regional), aunque los expertos dicen que nunca serán suficientes como para sacar al país de la pobreza. ¿Está el país en la senda correcta en este sentido?
GE. El problema es que se ha hecho demasiado énfasis en el crecimiento del PIB, cuando existen muchos más factores que se deben evaluar a la hora de hablar de un proceso de desarrollo económico sostenible. A manera de ejemplo, Venezuela, hasta el 2013 al menos, fue uno de los países que registró una de las tasas de crecimiento más altas de la región, sin embargo este crecimiento era sostenido solo por un sector mientras el resto de la economía enfrentaba serias complicaciones.
Salvando las diferencias, centrarse solo en el crecimiento del PIB, en el caso de Bolivia, puede llevarnos a un autoengaño, en el que se mira un indicador promedio que puede esconder problemas sectoriales muy graves.

C. Pacto fiscal: Usted, que ha sido economista de la CEPB, ¿a qué atribuye la sensación de desatención que tienen los empresarios y en alguna medida la sociedad en general?
GE. Esto tiene que ver con la re-centralización, tanto del gasto público como de las decisiones de inversión, contrariamente a lo esperado al inicio de la actual gestión de Gobierno cuando los procesos autonómicos parecían ser una tendencia irreversible.
En este sentido, creo que es necesario retomar la discusión sobre el pacto fiscal, pero de una manera responsable, ya que no solo significa una redistribución de las rentas sino que también implica una discusión seria sobre la distribución de las cargas impositivas y las prerrogativas y atribuciones de todos los actores económicos en el país.

C. ¿Reconoce avances en la regla general del desarrollo a través de la asociación de lo público con lo privado en Bolivia?
GE. Este tipo de asociaciones ha tenido un éxito importante en casi todos los países donde han sido desarrolladas, sin embargo y en el sentido estricto del concepto, estas no son aplicadas en Bolivia, ya que, por definición, las actuales autoridades del sector económico sostienen que el Estado tiene el control total de los sectores estratégicos (sin definir claramente qué se entiende por estratégico) y reconoce la asociación con el sector privado, bajo la premisa de que este solo es prestador de servicios.
En este sentido, está claro que se desaprovecha una gran oportunidad.

C. La inversión pública como motor del crecimiento ha sido destacada por Dani Rodrik. ¿Ahí está la clave del modelo boliviano? Porque podemos hablar de un “modelo boliviano”, ¿o no?
GE. No, no existe un “modelo” boliviano, lo que hay es un conjunto de políticas económicas que se han acomodado al contexto: algunas de ellas muy ortodoxas, otras de carácter populista y la gran mayoría provenientes de la época neoliberal. Tal es el caso de los bonos.
Ahora bien, lo que sostiene Rodrik es que la inversión pública puede impulsar el crecimiento, siempre y cuando cumpla algunas condiciones. Una de ellas es que facilite el desarrollo de las actividades privadas o que, en el peor de los casos, no compita con el sector privado, que es precisamente lo que sucede en Bolivia.

C. ¿Comparte con Oppenheimer la idea de que América Latina está “mal preparada” para enfrentar la crisis mundial? (Él se refiere, sobre todo, a la falta de competitividad en ciencia, tecnología e innovación).
GE. Es correcto, en esta década casi toda la región se ha visto beneficiada con los altos precios de las materias primas, lo que ha llevado a los gobiernos, y en consecuencia a sus sociedades, a concentrarse en la captura de rentas antes que en el desarrollo de nuevas capacidades.
Hoy, como región, somos más dependientes de los vaivenes del mercado internacional que hace diez años, y eso preocupa de manera seria ya que la economía mundial está cada vez más enfocada en el desarrollo de servicios innovadores antes que en la explotación de recursos naturales.

C. ¿A qué se refirió usted cuando planteó la necesidad de una “política industrial 2.0”?
GE. La idea es simple: Cuando las actuales autoridades hablan de desarrollo industrial, lo hacen desde una perspectiva determinista y propia de los años 60, en el que el desarrollo pasaba por sustituir importaciones y los sectores a los que apuntaba eran aquellos que se relacionaban directamente con los recursos naturales de los que se disponía.
Eso era correcto en ese momento, sin embargo hoy en día las nuevas tecnologías, la innovación y la capacidad de proveer nuevos servicios son las habilidades que hacen que una economía se desarrolle más rápidamente. Lamentablemente, el desarrollo de estas características no se ha tomado en cuenta en los diferentes planes que ha presentado el Gobierno.

"Lamentablemente se ha llegado a un punto en el que algún movimiento del tipo de cambio puede causar problemas de confianza del público antes que efectos reales sobre el sector productivo”.

martes, 8 de marzo de 2016

La economía trucha



Debe pasar algo raro en la sociedad cuando a sus ciudadanos se les hace difícil encontrar la diferencia ente lo legal y lo ilegal, entre lo lícito y lo ilícito o, simplemente, entre lo que es bueno y lo malo. Hay algo incómodo en ver cuando las personas se hacen insensibles al delito, cuando ven la ilegalidad como algo normal, cuando transgredir la norma se hace cosa de todos los días.

Una de ellas es la comercialización de productos culturales falsos, lo que la imaginería popular ha bautizado como “truchos”. Hoy, bienes como los libros falsos, es decir fotocopias de libros que son populares o medianamente exitosos, se venden por doquier, casi a cada paso, en las mismas narices de la Ley y de Impuestos Nacionales. Los podemos ver acogidos en las plazas o paseos de las ciudades de Bolivia o dentro de las propias instituciones estatales; así, no es raro que la propia Alcaldía promueva ferias de libros donde la mayoría de los puestos de venta ofrezcan libros que son una devaluada fotocopia, tanto importa que sea de autores nacionales o extranjeros, tanto se puede hallar un libro trucho de una novela de Mario Vargas Llosa como una lectura obligatoria de secundaria de Isabel Mesa de Inchauste; tanto una obra histórica del bolivianista Herbert Klein como un libro de Federico Nietszche, tanto las tiras cómicas de Mafalda como un recetario de cocina.

Al negociante trucho poco le importa el origen, el autor o el título de los libros: su trabajo es vender y ganar dinero a costa del trabajo de los demás, en este caso a costilla de los escritores.

En todas las épocas los intelectuales han sido explotados, o su trabajo ha sido mal remunerado. En general, los escritores han vendido y venden su trabajo a una editorial que, bajo la hipótesis de que las ideas contenidas en el libro son menos valiosas que las hojas que componen el libro, otorga una pequeña parte de sus ingresos por ventas a los escritores, que tienen que sobrevivir con esas migajas. Por ello sería que Camilo José Cela dijo en “La Colmena”, uno de sus libros más afamados, que “el escritor es bestia de aguantes insospechados, animal de resistencias sin fin, capaz de dejarse la vida a cambio de un fajo de cuartillas en el que pueda adivinarse su minúscula verdad”.

Sin embargo, con el libro trucho ocurre algo en verdad peor: el escritor no recibe ni siquiera esas infames migajas que le reparte el angurriento empresario. El autor no recibe ni un solo centavo por su obra. Toda la ganancia se va al fotocopiador de libros que, feliz con la ausencia de Estado y con la mirada admirativa y condescendiente de la sociedad, logra ganancias a costa del trabajo de otros, ni más ni menos que como si estuviéramos en el esclavismo.

Esta forma de esclavismo —que se esconde y se justifica detrás de la máscara de que se trata de personas pobres que no tienen otro ingreso para sobrevivir— hoy ha formado una próspera sociedad, diríamos, internacional, globalizada, donde hay un grupo de empresarios que se encargan de la copia del libro, otros de su distribución y otros de la venta al menudeo, sin duda con buenas ganancias, que no llegan en ningún caso a los autores de los libros.

Lo grave de todo esto es que la sociedad no sanciona este tipo de actividad y menos el Estado la condena, sino que hasta la promueve bajo el criterio de que la cultura debe ser barata y mejor si es gratuita, desconociendo los derechos a un trabajo justo y remunerado de escritores e investigadores que tuvieron el grave pecado de producir buenos libros para que otros se aprovechen de ellos.

Con el libro “trucho” ocurre algo en verdad peor: el escritor no recibe ni siquiera esas infames migajas que le reparte el angurriento empresario. El autor no recibe ni un solo centavo por su obra. Toda la ganancia se va al fotocopiador de libros que, feliz con la ausencia de Estado y con la mirada admirativa y condescendiente de la sociedad, logra ganancias a costa del trabajo de otros, ni más ni menos que como si estuviéramos en el esclavismo.